VIII ESTACIÓN
Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén
Te adoramos Cristo y te bendecimos, pues por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mí, pecador.
Del Evangelio según San Lucas:
Seguía a Jesús una gran multitud del pueblo y de mujeres que lloraban y se lamentaban por él. Pero Jesús, volviéndose a ellas, les dijo: «¡Mujeres de Jerusalén, no lloren por mí! Lloren más bien por ustedes y por sus hijos» (Lc. 23,27-28).
Meditación extraída y adaptada del libro Como quieras tú de Francisco Fernández Carvajal
Jesús se detiene un instante y, olvidándose de sus propios dolores, consuela a aquellas mujeres compasivas. Les advierte, a la vez, sobre la ruina de la ciudad: Hijas de Jerusalén, no lloren por mí, lloren más bien por ustedes mismas y por sus hijos… Son las únicas palabras que conocemos del Señor en su camino hacia el Calvario. No es su propio dolor lo que preocupa a Jesús; son nuestras dolencias y nuestros pecados. Esas heridas más profundas que nos hacemos a nosotros mismos cuando le ofendemos y nos separamos de Él. No lloren por mí… ¡Qué huella tan honda dejarían estas palabras en aquellas mujeres! Queremos que dejes en nosotros, Señor, una señal que no podamos olvidar jamás: la seguridad de que, en el camino de nuestra vida, siempre habrá alguien que espere una sonrisa, una palabra de ánimo y de consuelo, un consejo que le acerque a Ti; que nuestro dolor, si llega, nunca nos encierre en nosotros mismos.
Oración:
Señor, danos tu capacidad de olvido propio para darnos a los demás. Haz que caminemos junto a Vos sin limitarnos, y permite que nuestra entrega se una a la tuya.
Padre Nuestro, Ave María y Gloria.